dilluns, 3 d’octubre del 2011

ADOPCION Y FAMILIA
SOBRE LOS ADOPTANTES (O PADRES ADOPTIVOS)
2ona. parte
Inés Rosales Manfredi

La pareja o a las personas individuales que inician una adopción son los sujetos objeto de gran interés para la administración encargada de tutelar a los niños, y como tal garante de su bienestar.
Sobre ellos recae una cierta selección, de los idóneos: entrevistas de valoración que realizan con un equipo de profesionales autorizado por la administración (con lo cual hay que suponer que no todos son idóneos; no-todo vale, también en materia de adopción). Dicha selección, con frecuencia es vivida como paradojal y provoca algunas protestas, ya que es verdad que hay muchísimos niños en el mundo que sufren deprivaciones; pero la realidad es que no todos están en situación legal de ser adoptados; se tienen que dar un alto número de condiciones para poder determinar la adoptabilidad de un menor: tener condición de “abandonado” (6 a 8 meses sin que alguno de sus padres lo visite), o haber renuncia expresa sin que medie ningún reclamo por parte de familiar biológico; y todo esto tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En esto la demanda supera la oferta, sobre todo después de la entrada en las economías emergentes de países como India y China,  grandes dadores de niños en la década pasada, pero no así en la actualidad.
Los adoptantes tienen que ser visitados por un psicólogo, entonces. Pero ellos ¿qué demandan? No suelen pedir más que un informe de idoneidad; y eso no ha de perderse de vista. Si el psicólogo es un psicoanalista sabrá perfectamente que no ejercerá de tal en esos momentos: no hay demanda de cura, ni siquiera de diagnóstico; los sujetos no están bajo transferencia, por tanto no cabe interpretar ni  buscar demasiado saber sobre lo que no hace a la cuestión. Hace falta tener esto claro. En cambio sí un psicólogo tiene que provocar que ellos, los futuros padres adoptivos se interroguen sobre su pedido de niño, que lo pongan en cuestión desde sus propias posiciones y se escuchen hablar de ello: de su infertilidad, de si tienen ya niños por qué quieren uno más y venido de otra parte, etc., etc., para que puedan confrontarse y no negar las dificultades que comporta el adoptar un hijo. A veces, el hablar de esta manera ha tenido un efecto no buscado: el abandono del proceso (darse cuenta que no era adoptar lo que querían...) Otras veces, la mayoría, la decisión de adoptar un hijo ha salido más asegurada.
Si lo que los adoptantes demandan es un informe de idoneidad, lo que ellos desean sólo podría saberse en un análisis, no en dos o tres entrevistas. Sí en cambio se puede decir (ellos lo dicen) lo que anhelan: obviamente un hijo, lo que es común con los padres biológicos que han buscado tener y criar hijos: es “el duro deseo de durar” que nombra Paul Eluard.  Pero en verdad todo hijo, adoptado o no, viene en lugar de otra cosa, en lugar de algo que falta, o de lo contrario no se lo buscaría; es esa falta estructural de la que habla el Psicoanálisis.
Escuchamos que en muchas mujeres el deseo de tener un hijo está más ligado a lo corporal, a una falta imaginaria en su cuerpo; mientras que en muchos hombres parece tratarse, más que de tener un hijo, de ser o no ser padre, de poder nombrarse como padre, nombrar al hijo…
La particularidad, si es que hay alguna, del padre/madre adoptivos, es que éstos van a filiar un hijo que viene de otra parte, de otros cuerpos, a veces de otras etnias. Por eso, lo que constatamos en las parejas estériles es que durante cierto tiempo se resisten a renunciar al hijo biológico, al del narcisismo de su imagen y semejanza, y recurren a todas las técnicas posibles de reproducción asistida, a dolorosas manipulaciones de su cuerpo y de su intimidad, hecho con frecuencia vivido dramáticamente. Y el saber médico viene a responder a su demanda; y hace de su infertilidad una enfermedad que ofrece curar.
Cuando estas técnicas fallan y el niño de su cuerpo-imagen no llega, estas personas estériles empiezan a pensar en ese otro hijo posible, el hijo adoptado, pudiendo darse en estos momentos un imperioso empuje a filiar ya, el hijo ahora, como se presentan a veces algunos candidatos a la adopción.
Bien, pero ¿qué es filiar? Según el diccionario es reconocer a un hijo como propio; inscribirlo con los apellidos, recibirlo, criarlo…en fin, es desearlo como hijo. Estas definiciones tanto valen para pensar la filiación del hijo biológico como la del adoptado. Ya que, de acuerdo a esto, filiar no es un proceso natural; y eso puede ser la razón de posibilidad de la adopción: hay padres biológicos que deciden (quizá forzadamente) no filiar al hijo nacido de ellos, y hay padres adoptivos que deciden filiar y amar como propio al hijo no nacido de ellos. Ya sea que filiemos al hijo propio o ajeno, en ambos casos se tratará de un acto simbólico, de reconocimiento, de nombre…
 En el animal se da un continuum entre acoplamiento macho-hembra, nacimiento y crianza de los cachorros, porque allí: instinto sexual = instinto de reproducción = instinto maternal (hembras). Es todo un mismo hecho natural. En el sujeto humano en cambio, se ha producido un corte, una pérdida de ese hecho natural por causa de la humanización o del lenguaje. En él todo está regido por el deseo y por un proceso simbólico de lenguaje. Así, el deseo que se pone en juego en el acto sexual es distinto del acto de reproducir, y este puede ser distinto del acto de filiar.
Esta especie de desconexión o desnaturalización entre coito y filiación, que hace posible la adopción, las TRA o el control de la natalidad, es también fuente de grandes paradojas en el sujeto (que veremos mejor desde el punto de vista del niño adoptado).
Y volviendo a los adoptantes en su encuentro con el psicólogo: cuando se les pide que hagan el duelo por el hijo biológico que no tendrán, creo que eso debería apuntar a que toleren que hay algo perdido para todos, no sólo para ellos, en esa ruptura del continuum entre la supuesta relación sexual natural y la filiación de un hijo. Un adoptante me lo dijo claramente: “nosotros ya no queremos parir un hijo, pero seguimos deseando tener un hijo  Es el deseo que constituirá al sujeto.

SOBRE EL NIÑO/A ADOPTADO/A

Se ha dicho y he corroborado en mi práctica que no hay una clínica particular del niño adoptado. Él/ella, como los otros, podrá ser un sujeto entre normal y neurótico- la mayoría; y quizá una minoría, como en cualquier otro caso, tendrá otra estructura más compleja, como psicosis o autismo, pero que no dependerá del hecho adoptivo en sí, sino de muchísimos avatares.
Sí en cambio hay situaciones vividas que pueden ser comunes a muchos adoptados, por lo cual habrá una serie de palabras que tendrán una especial resonancia para él, que sentirá que lo nombran (significantes mayores): abandono o renuncia, no deseado por unos/demasiado por otros, a veces maltratado… Y lo recuerde o no, esos significantes formarán parte de su cadena de lenguaje. Claro que una palabra sólo tiene sentido cuando se combina con otras palabras. Por lo tanto dependerá de cómo se combinen estas palabras que le pertenecen y trae consigo el niño adoptado con los significantes nuevos que le irán aportando esos otros que serán sus padres adoptivos. Entonces, según como sea esta combinación de palabras (lo cual implica, por supuesto el amor y el cuidado) resultarán unos efectos u otros; hará que aquellas palabras que traía cobren significado traumático o hagan síntomas; o bien que le permita reparar o modificar esas primeras heridas o marcas.
En esto el psicoanálisis nada puede decir a priori. Sólo si el sujeto hace algún síntoma en un momento y recurre a un analista, entre los dos se podrá construir algún saber sobre los efectos que tuvo la vida anterior a la adopción, y la adopción misma. Este saber que él construya, como en cualquier otro niño, tomará la forma de un mito individual, ya que la verdad histórica está perdida para todos.
Interrogarnos por nuestros propios orígenes es común a todos, porque queremos saber qué deseo nos ha constituido. Por eso cada uno inventa su “novela familiar”, que para Freud tiene esta estructura: cuando los padres dejan de ser los ideales de la primera infancia, el niño imagina que podría tener otros padres mejores, más encumbrados, que algún día reencontrará y vendrán a buscarlo. Moisés, Superman y hasta Jesucristo son, como Edipo, héroes con dobles padres.
Para Freud esta división tiene como finalidad recuperar, en los otros padres inventados, la parte idealizada y perdida de sus únicos padres. Pero tiene también otro objetivo: y es negar la “escena primaria”, el coito entre los padres, de contenido siempre traumático, inasimilable. Dado que el niño cree en un principio que hubo un solo acto sexual que es el que lo hizo nacer, luego, si sus genitores son otros, es que sus papás, los de casa, ellos no han hecho el amor (lo cual lo tranquiliza de momento...)
Y aquí volvemos a esa desconexión entre coito y filiación  que en ese momento de los dobles padres, el niño promueve y radicaliza. Y negando la escena primaria, niega también la diferencia de los sexos, la castración, la muerte individual, en fin, todo aquello de lo que no quiere saber.
Y volviendo al niño adoptado ¿Cómo vive su “novela familiar”? Como todos, él también desdobla a sus padres. Sólo que este desdoblamiento tiene alguna coincidencia con la realidad. Él nació de unos padres más pobres, y si ya no era un bebé, también soñó con otros padres ricos que un día vendrían a buscarlo al centro. Y así ocurrió y lo hicieron su hijo legítimo.
Y si las cosas van bien, el niño convivirá durante tiempo con ese desdoblamiento, que le sirve a él también para poner el coito parental y la sexualidad fuera de casa, lejos de los que en realidad son ahora sus únicos padres, en el sentido de la filiación y del deseo. En este momento el niño adoptado está afirmando a sus padres como completos e ideales; también él se siente completo.
Pero los ideales caen para todos, también para él. Y cuando sus papás no son tan poderosos, debe invertir la cuestión: empezará a soñar y a idealizar ahora a aquellos otros padres, tal vez desconocidos, pero que ahora llama los “verdaderos”, los padres biológicos, y hasta pude que quiera ir a buscarlos. En ese momento él intenta restituir el mito de la sangre, la supuesta “llamada del instinto”, conectar sexualidad y filiación, apelar a la relación natural entre padres e hijos, olvidándose de la evidencia de que, si hubo primero la renuncia de unos y la filiación por parte de otros, es que lo natural ya no está allí. Sólo que él intenta pasar de una idealización a otra.
Si me he detenido en este tiempo de la novela familiar, es entre otras cosas para mostrar que tanto el adoptado como el que no lo es, en tanto tienen un inconsciente, están igualmente confrontados con su deseo, con esa parte de la sexualidad que es difícil de asimilar para cada uno, y finalmente con las lagunas del saber. Ya que, si bien los padres adoptivos tendrán el deber de transmitir al hijo todo el saber sobre su origen que esté a su disposición y de contribuir con su búsqueda llegado el caso, ambas partes, padres e hijos, habrán de poder tolerar que, como para todos, siempre se tratará de un saber incompleto.
2ona. parte